La discusión acerca del rol de la mujer y el hombre en nuestra sociedad y en la Iglesia es un tema del orden del día. Acontecimientos recientes, publicaciones de documentos, leyes y la realidad cotidiana empujan a reflexionar sobre el feminismo y el papel de la mujer en el mundo. Recuerdo que un día, hablando con unas amigas, una de ellas comentaba: “Mientras haya ministerios, institutos o departamentos gubernamentales de la mujer, está claro que la situación de las mujeres en el mundo no ha llegado a un equilibrio. ¿Dónde se ha visto un ministerio o un “instituto del hombre”? Es cierto. Parece que el varón ya tiene su lugar en el mundo y la mujer aún lucha por conseguir el suyo. Pero en esta pugna corremos el riesgo de enzarzarnos en discusiones superficiales y perder de vista aspectos más profundos y reales.
La mujer ya tiene su lugar
La mujer no necesita encontrar su lugar en el mundo, ¡ya lo tiene! Es un lugar insustituíble, valioso y necesario. La mujer es el pilar de la sociedad, y allí donde justamente es más marginada y menospreciada es donde su papel es más necesario y fundamental. El problema está en que el lugar de la mujer no es socialmente valorado como el del hombre, por motivos históricos y culturales que conviene revisar.
La mujer no tendría por qué querer asumir roles masculinos. Hombre y mujer somos diferentes, física y psíquicamente. La cultura es importante, pero hay una parte innata de cada género que sobrepasa las convenciones sociales y que nos diferencia. No podemos escapar al hecho biológico tan fácilmente. La igualdad ante la ley y la igualdad de derechos y oportunidades no ha de confundirse con la identidad o la confusión de sexos. Somos diferentes, y esta diferencia, al igual que la diversidad cultural que tanto reconocemos, es positiva y enriquecedora. Y es una diferencia bella, también, como afirmaba en la Conferencia de la Mujer en Pequín la Madre Teresa de Calcuta. Hay cosas que la mujer puede hacer, y el hombre no, y viceversa. La complementariedad hace necesaria la cooperación, el enriquecimiento mutuo y la armonía social. No queramos desencarnar los géneros e ignorar la naturaleza de nuestro cuerpo –creación de Dios-, que ha querido hacernos diferentes para que busquemos la unión y la solidaridad.
Tal vez el punto más débil de un feminismo basado en la confrontación de géneros es pretender que la mujer asuma el mismo rol que el hombre, asumiendo características masculinas. Es cierto que la mujer puede hacer trabajos tradicionalmente masculinos tan bien o mejor que el hombre, pero no necesita hacerlo forzosamente con un estilo masculino o renunciando a sus características femeninas. Por otra parte, si el feminismo desea desbancar del poder al hombre y poner a la mujer en situación de poder, sólo habremos pasado de un extremo al otro.
La amistad, motor de la cooperación
Un feminismo más conciliador promueve la cooperación y la amistad entre el hombre y la mujer como motor de una sociedad más igualitaria. La psicología y la antropología actual reconocen unas diferencias intrínsecas entre hombre y mujer y una complementariedad necesaria y positiva.
Una rama del feminismo actual también aboga por una feminización del mundo y la cultura, por la incorporación de los valores femeninos –más humanizadores- al campo de la política, la economía y la empresa.
¿Una auténtica liberación?
Actualmente, la mujer está consiguiendo un grado cada vez mayor de libertad y está llegando a ámbitos económicos, sociales y políticos que antes eran feudo exclusivo de los varones. La mujer en el mundo occidental goza del mismo grado de libertad y de los mismos derechos –al menos en teoría- que el hombre. Se habla mucho de la liberación femenina... Parece que podemos felicitarnos, y con motivos: las mujeres occidentales hoy somos una minoría privilegiada si nos comparamos con muchas otras mujeres del mundo. Podemos estudiar, viajar, trabajar, dedicarnos a las artes, llegar a cargos políticos y empresariales... Pero esta gran liberación de la mujer está costando su precio.
Desde hace unas décadas las mujeres también nos hemos dado cuenta de que esta liberación, en la práctica, está resultando en una nueva y solapada esclavitud. Al trabajo tradicional de la mujer en casa se ha sumado el trabajo de fuera del hogar. ¿Quién no ha oído hablar de las “supermujeres”, que son madres, esposas, amas de casa, ejecutivas... todo al mismo tiempo? ¿Quién no habla de las horas extra, las dobles jornadas, la sobrecarga de faena y el estrés de la mujer trabajadora actual, que debe compaginar su vida laboral con la vida familiar, y estar siempre a punto y a todas?
La mujer actual vive esclava de las múltiples opciones que tiene par escoger. Quiere abarcarlo todo y sufre bajo el peso de tantas obligaciones. Se insiste mucho en que el hombre también debe ayudar en las tareas del hogar y, poco a poco, con las nuevas generaciones, parece que este apoyo masculino va creciendo. Pero el problema de fondo no es éste.
La dignidad de lo femenino
Me parece que el problema radica en que las tareas “típicamente femeninas”, como ser madre o ama de casa, que siempre han sido oficios de la mujer, no son tan valoradas ni tienen tanto prestigio como las tareas “títpicamente masculinas”, como trabajar fuera o dirigir una empresa. Las mismas mujeres somos las primeras que menospreciamos nuestras funciones de toda la vida. “No hago nada”, dicen muchas amas de casa. “Sólo hago mis labores”, murmuran muchas con cierta vergüenza. Parece que trabajar fuera del hogar tiene más valor que ser ama de casa. No nos damos cuenta de que, en realidad, una ama de casa es una auténtica campeona: es esposa, madre, enfermera, educadora, cuidadora de gente mayor, administradora, gestora, cocinera, limpiadora, contable, planificadora... ¡Una ama de casa es toda una empresaria! Su gran empresa es el hogar y la familia, el espacio donde no se producen cosas, sino que se forjan personas y, en definitiva, se fragua la sociedad del futuro. Su labor no es una, sino múltiples profesiones. Haría falta pagar a cuatro o cinco personas para hacer el trabajo de una sola buena ama de casa -¡que se lo digan a las mujeres trabajadoras, que deben pagar canguros, asistentas y cuidadoras para hacer las tareas que ellas ya no pueden realizar!
Pero, además, el ama de casa que es madre es una presencia insustituíble y necesaria para sus hijos. Las horas que una madre pasa con sus pequeños son tesoros en la vida de estos hijos. Tampoco es justo que la sociedad prive a las madres de disfrutar de los gozos de su maternidad.
La mujer, constructora de sociedad
En algunos lugares ya se está implantando la remuneración para las amas de casa. Pienso que es de justicia, y que esta remuneración no debería ser un salario mínimo o una pensión ajustada. Debe ser equiparable a cualquier otro salario profesional y proporcional a las necesidades de la familia y al número de hijos. De la misma manera que pagamos a los médicos, maestros y cuidadores, ¿por qué no pagar a la mujer que está ayudando a crecer y a formarse a los futuros ciudadanos de un país? La falta de una presencia materna tiene consecuencias serias en la educación y el futuro de los niños. ¡En el bienestar de las mujeres y de las madres nos jugamos mucho!
Es cierto que muchas mujeres, aunque económicamente no lo necesiten, desean trabajar fuera del hogar porque quieren hacer algo más. Las mujeres también necesitamos realizarnos y ejercer una función social y económica importante y creativa fuera del hogar, cada cual según sus capacidades e iniciativa. Es más, la sociedad no puede permitirse renunciar al valor inmenso del trabajo y la creatividad femenina. Se trata de defender que las mujeres podamos compaginar los dos ámbitos, para que nuestra vida sea gratificante y no debamos cargar con un exceso de peso y de faena que agota nuestras fuerzas.
Si las funciones intrínsecas de la mujer como madre y empresaria del hogar fueran reconocidas con el prestigio y la importancia que merecen, y también justamente remuneradas, seguramente muchas mujeres se plantearían sus dobles jornadas y una vida estresante que, finalmente, no compensa suficientemente todo su esfuerzo y trabajos.
Este es el auténtico feminismo que, a mi parecer, debería impulsarse. No nos hemos de limitar a luchar porque la mujer ocupe lugares hasta ahora propios del hombre. También hemos de rescatar la dignidad del lugar que la mujer, desde siempre, ha ocupado en la humanidad. Y somos las mujeres las primeras que hemos de recuperar la dignidad de nuestro ser mujer y de nuestras funciones sociales intrínsecamente femeninas. Las mujeres somos fuente de humanismo. Si podemos ejercer nuestra feminidad en todos los ámbitos, comenzando por el más íntimo, nuestro hogar, el mundo ganará mucho.