Saturday, July 16, 2005

¿Hablando se entiende la gente?

Hablando se entiende la gente. En medio de un clima político y social muy agitado, esta frase resuena continuamente y se toma como referencia y remedio a todos los males de intolerancia, obcecación y agresividad que aquejan a nuestra sociedad. Si por hablar entendemos un diálogo a dos partes, creo que la frase es muy acertada. Pero tengo la impresión de que esto no es así en la realidad. La gente habla, discute, se manifiesta, denuncia, proclama, protesta... Todo el mundo habla y se expresa, y nadie se entiende.

Es escuchando como se entiende la gente. Previo al hablar, está el escuchar. Todo el mundo, más o menos bien, sabe hablar y pronunciarse. Pero, ¡cuán pocos saben escuchar! Cuantas palabras se derrochan, inútilmente, intentando imponerse a las de los demás, y cuán poco se escucha a la otra parte. Nuestro gobierno, tristemente, es un claro ejemplo. Pero hay muchos más, que todos podemos constatar en la vida cotidiana, familiar, laboral y vecinal. Cuántos males se evitarían si aprendiéramos a escuchar, con escucha atenta y activa, a la otra persona, aunque sus ideas y opiniones sean diversas o incluso contrarias a las nuestras.

Es un deber urgente y grave de nuestra cultura aprender a escuchar y enseñar a nuestros niños y jóvenes a escuchar. Y no hay mejor aprendizaje que la práctica. Muchos filósofos y psicólogos insisten hoy en ello. Incluso, me comentan, se imparten seminarios carísimos, para ejecutivos, con el único fin de aprender cómo se escucha.

Cualquier persona, reflexionando un poco, puede vislumbrar qué significa escuchar. La escucha auténtica requiere de oídos, cerebro y corazón. No basta con oír palabras, que nos pueden resbalar o que podemos rechazar sin más, sumergidos en nuestros prejuicios. Para escuchar hay que limpiar la mente de preconcepciones, críticas y condenas. Tampoco basta con escuchar con atención y frialdad policial. El que nos habla nos está dando una parte de sí, está intentando establecer un lazo con nosotros. La escucha atenta pide que también sepamos simpatizar con sus sentimientos e intentar, en la medida de lo posible, comprender su posición y sus circunstancias. Finalmente, la escucha activa requiere también de nuestra imaginación. Cuando visualizamos lo que nos explican, esa imagen queda impresa en nuestra mente y podemos captar mucho mejor el significado del mensaje que nos están transmitiendo.

Por supuesto, no podemos escuchar de esta manera sin una actitud previa que nos predisponga a acoger la otra persona con respeto y benevolencia. Esto no significa que tengamos que estar de acuerdo con todo cuanto nos diga, pero sí hemos de recibirlo con delicadeza y estima, pues tan valiosa puede ser su opinión como la nuestra propia, por muy extraña que nos parezca.

Sería de deseable que, poco a poco, las personas, y en especial las que tienen cargos de responsabilidad, fuéramos centrando nuestra atención, más que en el hablar, en el escuchar. Escuchando se entiende la gente. Y aún más: la primera muestra de respeto, tolerancia y estima hacia el otro es escucharlo.

Nuestro mundo está lleno de comunicación vacía y de palabras sonoras y huecas. Sólo quien sabe escuchar podrá pronunciar palabras cabales y llenas de sentido.

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