Sunday, October 09, 2005

Caridad y solidaridad, ¿otro debate?

En mi artículo anterior hablé sobre el debate que se da en el mundo de la solidaridad entre los conceptos de “integración” y “beneficencia”. Esta vez quisiera reflexionar sobre otro debate, no menos animado que el primero. Se trata de la discusión acerca de la caridad y la solidaridad.

Hace uno o dos siglos, en que todo el mundo del voluntariado y la solidaridad organizada se hallaba concentrado en las instituciones religiosas o vinculadas a las diferentes iglesias, no se daba esta discusión. Las personas hacían obras de caridad, con motivos más o menos personales y altruistas. Algunas por obligación, otras por genuina convicción; a veces por convención social y otras por auténtica vocación de servicio a los demás. La caridad se entendía básicamente como ayudar al prójimo, especialmente si éste se hallaba en condiciones de inferioridad o de sufrimiento, y no era vista con malos ojos aunque, en muchas ocasiones, fuera acompañada de diversos prejuicios morales y de clase social.

A medida que la sociedad se ha tornado cada vez más laica y las democracias han despertado la conciencia de la responsabilidad civil y ciudadana, muchas ONG, tanto vinculadas como alejadas de los movimientos religiosos, han denunciado las antiguas formas de caridad como hipócritas y como formas de perpetuar las diferencias sociales. No les falta su parte de razón, siempre que se confunda caridad con paternalismo, suficiencia y actos puntuales de dar “de lo que sobra”. Si entendemos que caridad es esto, veremos que ésta no es la mejor manera de ayudar a quienes lo necesitan. Por esto, muchas personas y movimientos han optado por anatemizar el concepto de caridad y substituirlo por el otro, mucho más atractivo, neutral y políticamente correcto, de solidaridad.

Creo que deberíamos rescatar la noción de caridad e investigar un poco, yendo al origen de esta vilipendiada palabra. Caridad, del latín caritas, es la palabra que se ha utilizado para traducir de la Biblia en griego el concepto de agapé, es decir, amor. Este concepto fue utilizado por Jesús de Nazaret para designar el amor incondicional de amistad fraterna, el amor que une a las personas y que es capaz de entregarse hasta dar la vida por la persona amada. Sin duda, si entendemos por caridad este amor generoso, entregado y dispuesto a llegar al límite, veremos que está indisolublemente ligada a la idea de solidaridad.

Es importante conocer y dar su verdadero sentido a las palabras, y no temer pronunciarlas cuando es necesario. Pero si estas palabras resultan ambiguas o su significado se ha desvirtuado, como en el caso de la caridad, hemos de saber nombrarlas con equivalentes comprensibles ante el mundo de hoy. Podemos perfectamente substituir la palabra caridad por amor, o incluso por amistad incondicional.

Diría que no puede haber solidaridad auténtica sin caridad, es decir, sin amor. Por muy bienintencionadas que seamos las personas, si en nosotros no hay amor auténtico nuestra solidaridad, más o menos sólida, acabará diluyéndose en buenas intenciones, idealismos o palabras vacías. Si no actuamos movidos por el amor, desprendido, entregado y gratuito, nuestra solidaridad se agotará inútilmente y acabará dejándonos un vacío desolado. La solidaridad que no se fundamenta en el amor acaba convirtiéndose en propaganda política o en reivindicación estéril. Muchos voluntarios y profesionales de ONG viven esta amarga experiencia de agotarse, “quemarse” y abandonar al cabo de un tiempo. Los motivos pueden ser muchos y no se puede juzgar a nadie, pues cada persona y cada historia son únicas. Pero la auténtica solidaridad, la que está basada en el amor altruista, no muere nunca.

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