Sunday, August 07, 2005

La fortaleza

La virtud de la fortaleza es muy clara. Es la fuerza y la energía para vivir de acuerdo con las otras virtudes y con los valores propios. La fortaleza tiene mucho que ver con nuestra libertad personal. Necesitamos fortaleza para poder aplicar la prudencia y la justicia y para poner en práctica aquello en que creemos. La fortaleza nos da la fuerza de voluntad y el entusiasmo para hacer lo que realmente deseamos hacer, sin desviarnos ni dejarnos vencer por el desánimo o la pereza.

Entrenamiento para fortalecer el espíritu

Así como un atleta se entrena y fortalece para tener total libertad de movimientos y una agilidad extraordinaria, nuestro espíritu también puede ganar fortaleza para ganar libertad y poder vivir como realmente deseamos vivir, coherentes con nuestros valores y creencias.

¿Cómo ganar fortaleza? Con alimento, ejercicio y descanso.

Nuestro alimento es la oración. Rezar nos dará fuerza cuando más lo necesitemos. En momentos de debilidad, de duda, de inquietud o cuando hemos de afrontar una prueba o una situación difícil, busquemos un tiempo de silencio e intimidad ante Dios. Esto nos dará la energía necesaria para superarla.

El ejercicio es la práctica. Ante la debilidad, el miedo, la depresión... ¡acción! Nada hay mejor para superar la flaqueza. Cuando los temores, la duda, o la excesiva prudencia nos asalten, recordemos, qué queremos hacer y en qué creemos. Luego, sin pensarlo demasiado, lancémonos a trabajar. Poner manos a la obra disolverá los miedos casi al instante y alejará la tristeza y la pereza, esas dos hermanas gemelas casi inseparables. Cuando algo que sabemos bueno y conveniente nos cuesta, concentrémonos en practicarlo con más ahínco y entusiasmo cada día. Al final, nos costará poco y nuestro espíritu se habrá fortalecido enormemente.

Finalmente, ¿qué es el descanso? En primer lugar, dormir, dormir y dormir. Dormir hasta quedar saciados de sueño. Nuestra sociedad está enferma de sueño. No sabemos descansar lo suficiente. Dormir no sólo es necesario para nuestro cuerpo, sino para nuestro espíritu. Si Dios nos hace seres durmientes es porque necesitamos el descanso. Mientras dormimos yacemos abandonados en brazos del Padre. Aprendemos a dejarlo todo en sus manos y a morir un poquito cada día. El “hermano sueño”, como la “hermana noche”, han sido creados porque son necesarios y beneficiosos para nuestra vida. Son también un regalo de Dios que no podemos rechazar o estropear, recortando nuestras horas de descanso, o destinándolas a otras actividades. Un sacerdote y sabio médico decía que “todo lo que haces después de las once de la noche es trabajo perdido que no es propio del Reino de los Cielos”.

Otra forma de descanso es el recreo y el ocio. La criatura humana es lúdica por naturaleza. Necesitamos jugar, hablar, reír, ser artistas, encontrarnos con otros semejantes. Un espacio de ocio recreativo sano, que nos aporte alegría de vivir y nos acerque a los demás, es también necesario para fortalecer el corazón y alimentar las demás virtudes.


Dios es nuestra fortaleza

A pesar de todo, los humanos somos débiles por naturaleza. ¿Cómo soportar como rocas firmes los embates de la vida?

Nosotros podemos ser frágiles. Pero Alguien es más fuerte que todo, mucho más que todos los males del mundo: ése es Dios. Dios es fuerte y todo lo puede. Con él nos llenamos de vigor, pues tenemos su fortaleza como escudo y como protección. En él, todo lo podemos. "Todo lo puedo en aquel que me conforta", dice San Pablo.

Nuestra fortaleza se arraiga en la confianza en Dios. Si no confiamos plenamente en él, nos sentiremos débiles y abandonados. Una persona que se siente sola se siente abandonada por Dios… ¡qué triste, pues Él jamás nos abandona!

La fortaleza se fundamenta en la convicción. Estamos convencidos de ser hijos amados de Dios, y esto nos da fortaleza para resistirlo todo.

Las raíces de la fortaleza, con el empuje de la convicción –la fe- se hunden en la tierra que nos sostiene, que es el amor de Dios. Una planta es fuerte cuando crece en tierra buena y nutritiva. Pero son sus raíces las que ahondan para buscar el alimento y el sustento. Hundamos nuestras raíces en la buena tierra del amor de Dios.


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