¿Por qué temen a la Iglesia?
En los últimos tiempos se vive una creciente animosidad social contra la Iglesia como institución y contra los valores que ésta defiende. Algunos hablan incluso de cruzada, de nueva persecución, de conspiración contra los valores cristianos. Tal vez sea excesivo hablar en estos términos, pero es innegable que muchos factores en el ambiente están confluyendo para atacar y desmoronar las escalas de valores que la Iglesia y el Cristianismo en general han sostenido durante mucho tiempo.
Para la Iglesia, sin embargo, que nació perseguida y como grupo marginal dentro del pueblo judío, esta situación de persecución y hostilidad no debe causar alarma ni temor. “Temed más a los que matan el espíritu”, nos recuerda el Evangelio. Si el espíritu que anima la Iglesia está vivo, y ciertamente lo está, las adversidades no pueden ser más que una gran oportunidad para fortalecer, depurar y poner a prueba la autenticidad de nuestra fe. Tal vez durante muchos años, por razones históricas diversas, la fe cristiana se ha entremezclado demasiado con otros aspectos culturales y paganos que han diluido su esencia. Tal vez ahora vemos claramente las consecuencias de aceptar una rebaja en la exigencia espiritual del cristianismo, y de convertir la fe en algo oficial, rutinario y ritualizado. Ahora tenemos la gran oportunidad de vivir nuestra fe en el día a día, con pasión y coherencia.
Ante los ataques, algunos evidentes y otros velados, que se producen contra la Iglesia, cabe preguntarse: ¿de qué tienen miedo los que promueven estas campañas? ¿Por qué la Iglesia causa temor? Hoy la Iglesia no es una institución temible, ligada a gobiernos autoritarios y que ataque la libertad de conciencia. Si somos fieles a la historia y a la realidad actual, la Iglesia hoy ofrece un gran servicio a la sociedad y es tan plural y tolerante, a pesar de todo, que no supone riesgo alguno para los grupos ideológicos del momento. La Iglesia asume humildemente la deserción de practicantes, la disminución de donativos, las penurias económicas, su marginación en la educación y en los medios de comunicación... Hoy, ser cristiano practicante parece no ser motivo de orgullo para muchas personas. ¿Qué temen quienes promueven tantas campañas contra la Iglesia?
Pienso que tal vez temen que la Iglesia, a pesar de todo, sigue siendo un gran referente moral y un elemento que despierta las conciencias. La Iglesia promueve el pensamiento crítico, la educación, los valores humanos. Fomenta una ética de máximos, y no de mínimos o de “males menores”. Para la Iglesia la persona es tan importante que, más allá de ser ciudadano o individuo, se convierte en sagrada y divina, semejante a Dios. Aboga por seres humanos capaces de pensar y de ir a contracorriente de las tendencias mercantilistas del momento. Y esto no interesa a quienes desean que la población sea una masa poco formada, manipulable y sin criterio. Pienso que éste puede ser el principal motivo de temor de quienes atacan a la Iglesia: que forme personas con conciencia capaces de oponerse a los intereses económicos y políticos de grupos poderosos que necesitan grandes multitudes de consumidores o votantes inconscientes, sin la capacidad ni las ganas de cuestionarse las modas que se imponen.
Cuando la Iglesia se pronuncia para defender sus valores, enseguida saltan detractores que la tachan de conservadora, autoritaria y alejada de la realidad. Ante esto, caben varias respuestas. Primero, hay que saber muy bien qué se entiende por “alejada de la realidad” cuando la Iglesia es la institución que más cercana está a las realidades de pobreza y sufrimiento social que ignoran o utilizan como marketing electoral los políticos y los grupos de poder. En segundo lugar, la Iglesia es una realidad muy amplia y diversa que, en general, ha ido evolucionando con los tiempos de manera mucho más significativa que otras instituciones. Calificarla de conservadora y autoritaria por un conocimiento escaso y fragmentario de realidades muy concretas y pertenecientes al pasado es totalmente acientífico e irracional. Y, por último, ¿por qué la Iglesia no va a tener la misma libertad de expresión que cualquier otro grupo humano? Si los partidos políticos o diferentes grupos de presión pueden manifestarse públicamente o hacer declaraciones sobre sus ideas, que pueden ser también muy cuestionables, ¿por qué no puede hacerlo la Iglesia? No olvidemos que la Iglesia nace como grupo humano propagador del Evangelio. Y Evangelio significa anuncio y noticia. Iglesia es publicidad de una gran noticia. La Iglesia lleva la comunicación social inscrita en sus raíces más genuinas, y ésta es su primera misión y razón de ser. Pero, además, ¿qué anuncia la Iglesia? No se trata de publicidad engañosa y fraudulenta. Ni siquiera anuncia productos triviales o que suponen un coste inútil para la economía del público. La Iglesia anuncia un Dios Amor que se da gratis. Anuncia el cumplimiento del anhelo del corazón humano, la esperanza y el gozo de saber que toda persona puede ser feliz, y no sólo en el más allá, sino aquí y ahora. Este es el mensaje auténtico y el verdadero sentido de la Iglesia. No anunciamos nada que pueda dañar al ser humano, al contrario... Pero, como dice Juan en su evangelio, el mensaje es tan luminoso que daña e incluso ofende a quienes no desean tanta luz...
Hoy tal vez no haya tantas personas creyentes y practicantes. Pero las que continúan lo harán, no por obligación o por las circunstancias culturales o sociales del momento, sino por auténtica convicción. La fe cristiana no es una fe de rutina ni de obligaciones, sino una fe de enamorados de Dios. No es una fe de ritos, sino de vivencias; no es siquiera, me atrevería a decir, una fe de dogmas y de apego a una doctrina, sino una fe de adhesión a una persona: Jesucristo. Es una fe tan tremendamente revolucionaria que incluso hoy es demasiado actual y muchas personas prefieren adaptarla a la religiosidad pagana tradicional, plagada de rituales y de normas de conducta. Una fe donde “la ley es el amor”, o en la que se nos llama a “amar al enemigo” es demasiado exigente, pide tal vez demasiada responsabilidad y libertad, que muchas personas no desean asumir.
Pero esta es la fe que hoy nos pide la sociedad. Esa es la única fe que puede sobrevivir los embates políticos, mediáticos y propios de una moda anticristiana. Es una fe viva, coherente, hecha obras, real y apasionada.
NOTA: Al escribir este artículo aún no se habían sucedido los hechos de la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI como nuevo Papa. A la vista de las multitudes congregadas de todo el mundo para seguir de cerca estos eventos, la vigencia del artículo toma otro cariz. La Iglesia está muy viva, y es capaz de movilizar a millones de personas de todo el mundo. ¿Qué otro líder, político, cultural o artístico, ha reunido a tal número de personas? Por eso, quizás, temen temen tanto a la Iglesia...
Para la Iglesia, sin embargo, que nació perseguida y como grupo marginal dentro del pueblo judío, esta situación de persecución y hostilidad no debe causar alarma ni temor. “Temed más a los que matan el espíritu”, nos recuerda el Evangelio. Si el espíritu que anima la Iglesia está vivo, y ciertamente lo está, las adversidades no pueden ser más que una gran oportunidad para fortalecer, depurar y poner a prueba la autenticidad de nuestra fe. Tal vez durante muchos años, por razones históricas diversas, la fe cristiana se ha entremezclado demasiado con otros aspectos culturales y paganos que han diluido su esencia. Tal vez ahora vemos claramente las consecuencias de aceptar una rebaja en la exigencia espiritual del cristianismo, y de convertir la fe en algo oficial, rutinario y ritualizado. Ahora tenemos la gran oportunidad de vivir nuestra fe en el día a día, con pasión y coherencia.
Ante los ataques, algunos evidentes y otros velados, que se producen contra la Iglesia, cabe preguntarse: ¿de qué tienen miedo los que promueven estas campañas? ¿Por qué la Iglesia causa temor? Hoy la Iglesia no es una institución temible, ligada a gobiernos autoritarios y que ataque la libertad de conciencia. Si somos fieles a la historia y a la realidad actual, la Iglesia hoy ofrece un gran servicio a la sociedad y es tan plural y tolerante, a pesar de todo, que no supone riesgo alguno para los grupos ideológicos del momento. La Iglesia asume humildemente la deserción de practicantes, la disminución de donativos, las penurias económicas, su marginación en la educación y en los medios de comunicación... Hoy, ser cristiano practicante parece no ser motivo de orgullo para muchas personas. ¿Qué temen quienes promueven tantas campañas contra la Iglesia?
Pienso que tal vez temen que la Iglesia, a pesar de todo, sigue siendo un gran referente moral y un elemento que despierta las conciencias. La Iglesia promueve el pensamiento crítico, la educación, los valores humanos. Fomenta una ética de máximos, y no de mínimos o de “males menores”. Para la Iglesia la persona es tan importante que, más allá de ser ciudadano o individuo, se convierte en sagrada y divina, semejante a Dios. Aboga por seres humanos capaces de pensar y de ir a contracorriente de las tendencias mercantilistas del momento. Y esto no interesa a quienes desean que la población sea una masa poco formada, manipulable y sin criterio. Pienso que éste puede ser el principal motivo de temor de quienes atacan a la Iglesia: que forme personas con conciencia capaces de oponerse a los intereses económicos y políticos de grupos poderosos que necesitan grandes multitudes de consumidores o votantes inconscientes, sin la capacidad ni las ganas de cuestionarse las modas que se imponen.
Cuando la Iglesia se pronuncia para defender sus valores, enseguida saltan detractores que la tachan de conservadora, autoritaria y alejada de la realidad. Ante esto, caben varias respuestas. Primero, hay que saber muy bien qué se entiende por “alejada de la realidad” cuando la Iglesia es la institución que más cercana está a las realidades de pobreza y sufrimiento social que ignoran o utilizan como marketing electoral los políticos y los grupos de poder. En segundo lugar, la Iglesia es una realidad muy amplia y diversa que, en general, ha ido evolucionando con los tiempos de manera mucho más significativa que otras instituciones. Calificarla de conservadora y autoritaria por un conocimiento escaso y fragmentario de realidades muy concretas y pertenecientes al pasado es totalmente acientífico e irracional. Y, por último, ¿por qué la Iglesia no va a tener la misma libertad de expresión que cualquier otro grupo humano? Si los partidos políticos o diferentes grupos de presión pueden manifestarse públicamente o hacer declaraciones sobre sus ideas, que pueden ser también muy cuestionables, ¿por qué no puede hacerlo la Iglesia? No olvidemos que la Iglesia nace como grupo humano propagador del Evangelio. Y Evangelio significa anuncio y noticia. Iglesia es publicidad de una gran noticia. La Iglesia lleva la comunicación social inscrita en sus raíces más genuinas, y ésta es su primera misión y razón de ser. Pero, además, ¿qué anuncia la Iglesia? No se trata de publicidad engañosa y fraudulenta. Ni siquiera anuncia productos triviales o que suponen un coste inútil para la economía del público. La Iglesia anuncia un Dios Amor que se da gratis. Anuncia el cumplimiento del anhelo del corazón humano, la esperanza y el gozo de saber que toda persona puede ser feliz, y no sólo en el más allá, sino aquí y ahora. Este es el mensaje auténtico y el verdadero sentido de la Iglesia. No anunciamos nada que pueda dañar al ser humano, al contrario... Pero, como dice Juan en su evangelio, el mensaje es tan luminoso que daña e incluso ofende a quienes no desean tanta luz...
Hoy tal vez no haya tantas personas creyentes y practicantes. Pero las que continúan lo harán, no por obligación o por las circunstancias culturales o sociales del momento, sino por auténtica convicción. La fe cristiana no es una fe de rutina ni de obligaciones, sino una fe de enamorados de Dios. No es una fe de ritos, sino de vivencias; no es siquiera, me atrevería a decir, una fe de dogmas y de apego a una doctrina, sino una fe de adhesión a una persona: Jesucristo. Es una fe tan tremendamente revolucionaria que incluso hoy es demasiado actual y muchas personas prefieren adaptarla a la religiosidad pagana tradicional, plagada de rituales y de normas de conducta. Una fe donde “la ley es el amor”, o en la que se nos llama a “amar al enemigo” es demasiado exigente, pide tal vez demasiada responsabilidad y libertad, que muchas personas no desean asumir.
Pero esta es la fe que hoy nos pide la sociedad. Esa es la única fe que puede sobrevivir los embates políticos, mediáticos y propios de una moda anticristiana. Es una fe viva, coherente, hecha obras, real y apasionada.
NOTA: Al escribir este artículo aún no se habían sucedido los hechos de la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI como nuevo Papa. A la vista de las multitudes congregadas de todo el mundo para seguir de cerca estos eventos, la vigencia del artículo toma otro cariz. La Iglesia está muy viva, y es capaz de movilizar a millones de personas de todo el mundo. ¿Qué otro líder, político, cultural o artístico, ha reunido a tal número de personas? Por eso, quizás, temen temen tanto a la Iglesia...