Sunday, October 30, 2005

La mujer y la nueva evangelización. El arte de escuchar

Recojo estas reflexiones, sorprendentemente actuales, de una gran mujer que las escribió hace más de medio siglo. Ante una sociedad cada vez más laica y alejada de la religión católica, son esclarecedoras para atisbar cuál debería ser el papel de la mujer cristiana en nuestro mundo de hoy.

La fe que sobrevive es auténtica


Vivimos en un mundo descristianizado, rodeados de personas que desconocen nuestra fe. O bien la perdieron, o bien jamás han sido educados en los valores cristianos, o incluso, sin conocerla, la rechazan por prejuicios diversos. Hechos que antes formaban parte de la vida cotidiana, como rezar, ir a misa los domingos, llevar a los niños a catequesis, etc., hoy ya no son habituales como lo fueron hace años. Constatamos que son cada vez menos las familias practicantes y que muchas personas incluso ignoran o consideran extrañas y propias de otros siglos las prácticas y creencias religiosas cristianas.

Esta situación no debe atemorizarnos ni desanimarnos. Cuando nuestra cultura era eminentemente cristiana, la fe se hallaba mezclada con la tradición. Todo el mundo era más o menos creyente por costumbre y por cultura. Parece que, aunque la persona no tuviera fe, igualmente sería cristiana en su manera de pensar y proceder, ya que el cristianismo empapaba todos los ámbitos sociales.

Hoy día la cultura se ha sacudido su capa religiosa y se proclama la laicidad de los estados. Es en estos momentos cuando, desprendiéndose de la pátina cultural y de las convenciones, la fe queda desnuda y sola. Es ahora cuando llega el momento de probar si nuestra fe es realmente auténtica, pues ya no forma parte de una cultura dominante, sino que, a menudo, supone ir a contracorriente. La secularización de nuestra sociedad occidental no es una amenaza, sino un filtro y un crisol para probar la autenticidad de nuestra fe.

Escuchar: el primer paso para evangelizar

En estas circunstancias, cuando el mundo ignora o rechaza el hecho cristiano, ¿cómo evangelizar? ¿Cómo llevar esperanza a un mundo convulso? ¿Cómo transmitir un mensaje que muchos no quieren escuchar?

“En estos momentos, escuchar se convierte en el primer acto de caridad, y el más importante, para el cristiano”. Escuchar, en un mundo donde todos hablan y se expresan, pero donde muchos se sienten solos y faltos de afecto, porque muy pocos escuchan, es el primer acto de evangelización.

Escuchar significa mirar al otro, significa reconocer que existe, que está ahí. Significa abrirle una puerta, acogerlo, y recibir aquello que lleva en su corazón y que necesita entregar. Escuchar es el primer paso para derribar los muros de la soledad. Escuchar es la primera forma de amar. Los judíos graban en su memoria su primer precepto: “Escucha, Israel, el Señor es tu Dios”. Escuchar es el primer mandato del amor. Y el primero que nos escucha es Dios, el que jamás se hace sordo a nuestra voz, aquel que recoge la última de nuestras lágrimas y para quien uno solo de nuestros cabellos es valioso.

Las mujeres, que a menudo hemos sido tachadas de habladoras incorregibles, somos especialistas en el arte de escuchar. Desde la escucha de la madre, siempre sensible al llanto de su bebé, hasta la escucha paciente y serena de tantas esposas, hermanas, amigas, maestras o cuidadoras. Escuchar es un carisma especial de la mujer. La escucha es la piedra fundamento de nuestra nueva evangelización.

¿Cómo ha de ser esta escucha? Envuelta de delicadeza, exquisita, atenta y empática. La auténtica escucha sintoniza con el corazón de quien habla, vibra con sus sentimientos e intenta comprender sus razones. Aunque no siempre podamos compartir, entender o asimilar cuanto nos explican, recojamos, con profundo amor y respeto, con discreción y confianza, las palabras que otros depositan en nuestras manos. Son su tesoro. Y nos lo entregan. Quien nos habla está descargando su pesar en nosotros y merece que no traicionemos su confianza. Guardemos ese tesoro. Con nuestra escucha, habremos comenzado a liberarlos de su dolor. De la misma manera que, un día, cuando alguien nos escuchó, también alentó nuestro espíritu y nos hizo crecer.

Sunday, October 09, 2005

Caridad y solidaridad, ¿otro debate?

En mi artículo anterior hablé sobre el debate que se da en el mundo de la solidaridad entre los conceptos de “integración” y “beneficencia”. Esta vez quisiera reflexionar sobre otro debate, no menos animado que el primero. Se trata de la discusión acerca de la caridad y la solidaridad.

Hace uno o dos siglos, en que todo el mundo del voluntariado y la solidaridad organizada se hallaba concentrado en las instituciones religiosas o vinculadas a las diferentes iglesias, no se daba esta discusión. Las personas hacían obras de caridad, con motivos más o menos personales y altruistas. Algunas por obligación, otras por genuina convicción; a veces por convención social y otras por auténtica vocación de servicio a los demás. La caridad se entendía básicamente como ayudar al prójimo, especialmente si éste se hallaba en condiciones de inferioridad o de sufrimiento, y no era vista con malos ojos aunque, en muchas ocasiones, fuera acompañada de diversos prejuicios morales y de clase social.

A medida que la sociedad se ha tornado cada vez más laica y las democracias han despertado la conciencia de la responsabilidad civil y ciudadana, muchas ONG, tanto vinculadas como alejadas de los movimientos religiosos, han denunciado las antiguas formas de caridad como hipócritas y como formas de perpetuar las diferencias sociales. No les falta su parte de razón, siempre que se confunda caridad con paternalismo, suficiencia y actos puntuales de dar “de lo que sobra”. Si entendemos que caridad es esto, veremos que ésta no es la mejor manera de ayudar a quienes lo necesitan. Por esto, muchas personas y movimientos han optado por anatemizar el concepto de caridad y substituirlo por el otro, mucho más atractivo, neutral y políticamente correcto, de solidaridad.

Creo que deberíamos rescatar la noción de caridad e investigar un poco, yendo al origen de esta vilipendiada palabra. Caridad, del latín caritas, es la palabra que se ha utilizado para traducir de la Biblia en griego el concepto de agapé, es decir, amor. Este concepto fue utilizado por Jesús de Nazaret para designar el amor incondicional de amistad fraterna, el amor que une a las personas y que es capaz de entregarse hasta dar la vida por la persona amada. Sin duda, si entendemos por caridad este amor generoso, entregado y dispuesto a llegar al límite, veremos que está indisolublemente ligada a la idea de solidaridad.

Es importante conocer y dar su verdadero sentido a las palabras, y no temer pronunciarlas cuando es necesario. Pero si estas palabras resultan ambiguas o su significado se ha desvirtuado, como en el caso de la caridad, hemos de saber nombrarlas con equivalentes comprensibles ante el mundo de hoy. Podemos perfectamente substituir la palabra caridad por amor, o incluso por amistad incondicional.

Diría que no puede haber solidaridad auténtica sin caridad, es decir, sin amor. Por muy bienintencionadas que seamos las personas, si en nosotros no hay amor auténtico nuestra solidaridad, más o menos sólida, acabará diluyéndose en buenas intenciones, idealismos o palabras vacías. Si no actuamos movidos por el amor, desprendido, entregado y gratuito, nuestra solidaridad se agotará inútilmente y acabará dejándonos un vacío desolado. La solidaridad que no se fundamenta en el amor acaba convirtiéndose en propaganda política o en reivindicación estéril. Muchos voluntarios y profesionales de ONG viven esta amarga experiencia de agotarse, “quemarse” y abandonar al cabo de un tiempo. Los motivos pueden ser muchos y no se puede juzgar a nadie, pues cada persona y cada historia son únicas. Pero la auténtica solidaridad, la que está basada en el amor altruista, no muere nunca.