La virtud del espacio
Los seres humanos somos espaciales. El espacio es el otro gran don de Dios, junto con el tiempo, que hemos recibido. Nuestro cuerpo ocupa un lugar. Necesitamos un espacio vital, vivimos en un lugar concreto y nos movemos en él. Todos necesitamos un lugar para estar, para vivir, que consideramos nuestro hogar, nuestro pueblo, nuestra tierra. El espacio configura nuestra realidad física.
La virtud del espacio consiste en saber convertir el entorno que nos rodea en un espacio de cielo. Para ello tenemos al mejor maestro, el mismo Dios.
Dios ha creado el mundo. La naturaleza es hermosa. Todos nos sentimos a gusto en un paisaje natural y su belleza y armonía nos resultan gratas. Incluso un huerto o un jardín, aunque modificados por el hombre, son lugares agradables y placenteros. En cambio, las ciudades y las casas, que son creaciones humanas, no siempre son bellas y armoniosas.
Sabemos que el espacio condiciona nuestra calidad de vida y afecta nuestro estado de ánimo. Diversos estudios demuestran que, en las grandes ciudades, los barrios con mayor densidad de población son los que presentan mayor índice de violencia y criminalidad. Esto es debido en buena parte a la pobreza y a la inestabilidad de la población, pero todos sabemos que el hacinamiento provoca agresividad. Mucha gente en pocos metros cuadrados siente agredido su espacio vital, se torna hostil y está a la defensiva. También sabemos que un lugar desordenado y sucio invita a la dejadez, provoca cansancio y desidia, favorece el desorden mental, la pereza y la confusión. Incluso se ha estudiado el efecto que los colores, la luz y la disposición de los muebles ejercen en los habitantes de un hogar o en los trabajadores de empresas, despachos y comercios. El espacio, sin duda, nos influye y puede condicionar nuestra vida. Por eso es vital favorecer un entorno agradable para poder vivir mejor y más a gusto en nuestra piel.
¿Cómo lograr que nuestro entorno sea un espacio bello, agradable y, en definitiva, donde la gente pueda estar a gusto y se sienta acogida?
Quitar lo que sobra
En primer lugar, hemos de deshacernos de muchas cosas que no nos hacen falta y que, lejos de favorecer un mayor bienestar, estorban nuestro espacio vital. ¡Cuántas cosas inútiles almacenamos en nuestras casas y lugares de trabajo! ¡Cuántos rincones, cuántos armarios llenos de trastos, cuántas montañas de objetos que sólo ocupan lugar y acumulan polvo…!
Hagamos limpieza drástica y desprendámonos de todo aquello que no nos sirve. Dicen que, cuando algún objeto lleva más de un año en un hogar sin ser utilizado, casi seguro que está de más. No es necesario. Para vivir mejor, a menudo no necesitamos más, sino menos. Las casas deben tener espacio libre para moverse, para respirar, para vivir… Las casas no son museos ni exposiciones, sino lugares para habitar. Una casa tan llena de objetos delicados donde los niños no pueden correr, ni las personas pueden moverse sin andar con cuidado de no tropezar o romper algo, no están preparadas para vivir cómodamente en ellas. Pensemos en nuestro bienestar y en el de las personas que viven con nosotros. Liberémonos de ropas, papeles, recuerdos, objetos de adorno, máquinas, revistas… toda clase de objetos que ya no utilizamos y que no hacen más que ocupar un lugar innecesario. Cada primavera es un buen momento para renovarse y limpiar rincones, armarios y trasteros.
Esta práctica tiene mucho que ver con la virtud de la sobriedad. Simplifiquemos nuestra vida. No acumulemos tantas cosas. Al final, para vivir feliz, se necesitan bien pocas…
Limpieza
La segunda gran premisa para lograr un espacio de cielo es la limpieza. Nunca lograremos tener un hogar bello sin limpieza. No se trata de higiene compulsiva, sino de la limpieza que hace agradable un lugar: limpieza de aire, olores, polvo, suciedad… incluso de ruidos. El hogar debe respirar claridad, luz, sosiego, transparencia. La limpieza es un acto de delicadeza hacia los demás. A no todo el mundo le gusta limpiar… ¡pero todo el mundo valora una casa, un lavabo o un despacho limpio con todos los objetos relucientes!
Orden
El orden consiste en que “cada cosa debe tener su sitio, y cada sitio debe estar con su cosa”. El orden es armonía, espacio limpio y sensatez. Dice el Libro de la Sabiduría que la mujer fuerte, la mujer admirable, es la que “conoce los rincones de su casa”, es decir, la que sabe dónde encontrar cada cosa.
Hemos de decidir qué queremos tener y dónde vamos a guardarlo o tenerlo a mano. Ordenar consiste en colocar cada cosa en el lugar que le corresponde, evitando que se acumulen por el medio e interfieran en nuestro trabajo. Si alguna cosa que tenemos no tiene lugar, deberemos pensar en buscar uno… o preguntarnos si, realmente, hemos de tener ese objeto. Tal vez no lo necesitamos.
El orden evita dos males importantes. Por un lado, nos evita perder tiempo buscando las cosas que, como no están en su sitio y se acumulan sin ton ni son, nunca encontramos. Por otro lado, nos evita la sensación de estar sumidos en el caos. El caos es diabólico, pues nos quita claridad, alegría, lucidez y hasta las ganas de trabajar. ¿Cuántas veces no hemos empezado el día diciendo: ¡Dios mío! ¡Cuántas cosas! No sé por dónde empezar...? Nos desanimamos y, aún antes de hacer nada, ya estamos cansados. Con lo cual nuestro trabajo se resiente, no avanzamos en las faenas, nos sentimos frustrados porque no hacemos nada de provecho y a la vez tristes e irritados, porque nos hemos cansado inútilmente.
Orden. Orden en el espacio, poniendo cada cosa en su sitio. Y, previo a éste, orden en el tiempo, decidiendo qué tiempo vamos a dedicar a cada cosa… y cumpliendo nuestro plan (pero esto forma parte de la virtud del tiempo).
El orden también tiene otro sentido, que es la organización armónica del espacio a nuestro alrededor. No sólo se trata de tener nuestros cajones y armarios pulcramente ordenados, sino de distribuir los objetos de manera que nos sean útiles y accesibles cuando los necesitamos, nos dejen espacio vital para movernos y respirar, y resulten un conjunto agradable y armonioso. El orden también requiere de un poco de intuición y visión de la realidad. Ordenamos una sala en función de su forma, la luz natural que entra, el servicio que le daremos, los muebles o accesorios que necesitamos… No olvidemos, nunca, que el orden está al servicio de las personas, y no al revés. Así, a la hora de distribuir un espacio, pensaremos en el bienestar de sus ocupantes y en el trabajo o actividades que van a realizar en él.
Un toque de estética
Finalmente, cuando hemos conseguido orden, espacio, armonía, limpieza… llega el momento de ser un poco creativos, como lo es Dios, que es un gran artista, y de poner nuestro toque personal con una pincelada estética.
Ese toque de belleza puede parecer trivial e inútil… ¡pero cuánto se agradece y se valora cuando está presente! Es ese detalle: un cuadro, un espejo, una flor… No es necesario caer en barroquismos y sobrecargar de ornamentos un lugar. Cuanto más sobrio mejor. Pero es el pequeño matiz que da alegría y belleza a un espacio. Un lugar perfectamente limpio y ordenado, sin una sola mácula, pero falto de estos pequeños detalles, resulta frío e impersonal. El toque de estética le da la nota humana y acogedora.
En la estética del espacio la elegancia es clave. Como en el vestir, cuanto más discreta sea, mejor. Debe verse, pero no debe molestar ni saltar tanto a la vista que distraiga en exceso (a menos que deliberadamente queramos resaltar una obra de arte o algún elemento de la estancia). A menudo basta con una nota de color, una planta, una cortina o un pequeño detalle floral para dar un toque de distinción y de belleza a un hogar. No olvidemos que el exceso de ornamentación acaba siendo como la acumulación de objetos: cansa, agobia y acaba produciendo sensación de caos y confusión… ¡además de dar mucho trabajo para limpiar!
La mística del trabajo de casa
Y por último… ¡tengamos mucha paciencia! Cuando decidimos emprender un proceso de orden y limpieza de nuestros espacios vitales, a menudo nos encontraremos con muchos obstáculos y dificultades. Casi siempre el primero será decidir qué tirar y qué no, y nos encontraremos con que nos falta espacio para poner tantas cosas que debemos guardar… Tengamos calma. Seamos radicales en cuanto a tirar lo que realmente no necesitamos, pero calculemos también qué reformas o cambios deberemos hacer para hacer un sitio a cosas que tal vez necesitamos conservar pero aún no tienen su lugar en casa… Quizás deberemos liberar un armario, comprar una estantería o dedicar un espacio concreto a esos objetos… Tal vez deberemos cambiar el uso de una habitación. En todo, ¡paciencia! Mientras estamos en pleno cambio, el caos aún parecerá mayor. Pero, cuando finalicemos, nos sentiremos mucho mejor.
El orden y la armonía espacial contribuyen a la paz del espíritu. No diré que sean su causa directa, pero ayudan en gran manera. También el proceso de trabajar en el orden y en la limpieza es muy terapéutico y liberador, además de distraernos de nuestras preocupaciones.
Finalmente, creo que es un deber ético y cristiano trabajar para que nuestro entorno natural, urbano, del hogar y del trabajo, sea un poco más bello y ordenado. Hemos de trabajar para que nuestro espacio sea acogedor y limpio, y trasmita orden y paz. Pensemos que es una delicadeza hacia los demás. Todo el tiempo que invertimos limpiando, ordenando y haciendo faenas “de casa” no es un tiempo perdido. Diría que trabajar para crear un espacio agradable alrededor es algo muy grato a los ojos de Dios, pues estamos colaborando con él a disminuir el caos en el mundo. Gracias a ese esfuerzo, muchas personas se sentirán mejor. La tarea de limpiar, ordenar y pulir nuestro espacio es, en definitiva, una gran obra de caridad.
La virtud del espacio consiste en saber convertir el entorno que nos rodea en un espacio de cielo. Para ello tenemos al mejor maestro, el mismo Dios.
Dios ha creado el mundo. La naturaleza es hermosa. Todos nos sentimos a gusto en un paisaje natural y su belleza y armonía nos resultan gratas. Incluso un huerto o un jardín, aunque modificados por el hombre, son lugares agradables y placenteros. En cambio, las ciudades y las casas, que son creaciones humanas, no siempre son bellas y armoniosas.
Sabemos que el espacio condiciona nuestra calidad de vida y afecta nuestro estado de ánimo. Diversos estudios demuestran que, en las grandes ciudades, los barrios con mayor densidad de población son los que presentan mayor índice de violencia y criminalidad. Esto es debido en buena parte a la pobreza y a la inestabilidad de la población, pero todos sabemos que el hacinamiento provoca agresividad. Mucha gente en pocos metros cuadrados siente agredido su espacio vital, se torna hostil y está a la defensiva. También sabemos que un lugar desordenado y sucio invita a la dejadez, provoca cansancio y desidia, favorece el desorden mental, la pereza y la confusión. Incluso se ha estudiado el efecto que los colores, la luz y la disposición de los muebles ejercen en los habitantes de un hogar o en los trabajadores de empresas, despachos y comercios. El espacio, sin duda, nos influye y puede condicionar nuestra vida. Por eso es vital favorecer un entorno agradable para poder vivir mejor y más a gusto en nuestra piel.
¿Cómo lograr que nuestro entorno sea un espacio bello, agradable y, en definitiva, donde la gente pueda estar a gusto y se sienta acogida?
Quitar lo que sobra
En primer lugar, hemos de deshacernos de muchas cosas que no nos hacen falta y que, lejos de favorecer un mayor bienestar, estorban nuestro espacio vital. ¡Cuántas cosas inútiles almacenamos en nuestras casas y lugares de trabajo! ¡Cuántos rincones, cuántos armarios llenos de trastos, cuántas montañas de objetos que sólo ocupan lugar y acumulan polvo…!
Hagamos limpieza drástica y desprendámonos de todo aquello que no nos sirve. Dicen que, cuando algún objeto lleva más de un año en un hogar sin ser utilizado, casi seguro que está de más. No es necesario. Para vivir mejor, a menudo no necesitamos más, sino menos. Las casas deben tener espacio libre para moverse, para respirar, para vivir… Las casas no son museos ni exposiciones, sino lugares para habitar. Una casa tan llena de objetos delicados donde los niños no pueden correr, ni las personas pueden moverse sin andar con cuidado de no tropezar o romper algo, no están preparadas para vivir cómodamente en ellas. Pensemos en nuestro bienestar y en el de las personas que viven con nosotros. Liberémonos de ropas, papeles, recuerdos, objetos de adorno, máquinas, revistas… toda clase de objetos que ya no utilizamos y que no hacen más que ocupar un lugar innecesario. Cada primavera es un buen momento para renovarse y limpiar rincones, armarios y trasteros.
Esta práctica tiene mucho que ver con la virtud de la sobriedad. Simplifiquemos nuestra vida. No acumulemos tantas cosas. Al final, para vivir feliz, se necesitan bien pocas…
Limpieza
La segunda gran premisa para lograr un espacio de cielo es la limpieza. Nunca lograremos tener un hogar bello sin limpieza. No se trata de higiene compulsiva, sino de la limpieza que hace agradable un lugar: limpieza de aire, olores, polvo, suciedad… incluso de ruidos. El hogar debe respirar claridad, luz, sosiego, transparencia. La limpieza es un acto de delicadeza hacia los demás. A no todo el mundo le gusta limpiar… ¡pero todo el mundo valora una casa, un lavabo o un despacho limpio con todos los objetos relucientes!
Orden
El orden consiste en que “cada cosa debe tener su sitio, y cada sitio debe estar con su cosa”. El orden es armonía, espacio limpio y sensatez. Dice el Libro de la Sabiduría que la mujer fuerte, la mujer admirable, es la que “conoce los rincones de su casa”, es decir, la que sabe dónde encontrar cada cosa.
Hemos de decidir qué queremos tener y dónde vamos a guardarlo o tenerlo a mano. Ordenar consiste en colocar cada cosa en el lugar que le corresponde, evitando que se acumulen por el medio e interfieran en nuestro trabajo. Si alguna cosa que tenemos no tiene lugar, deberemos pensar en buscar uno… o preguntarnos si, realmente, hemos de tener ese objeto. Tal vez no lo necesitamos.
El orden evita dos males importantes. Por un lado, nos evita perder tiempo buscando las cosas que, como no están en su sitio y se acumulan sin ton ni son, nunca encontramos. Por otro lado, nos evita la sensación de estar sumidos en el caos. El caos es diabólico, pues nos quita claridad, alegría, lucidez y hasta las ganas de trabajar. ¿Cuántas veces no hemos empezado el día diciendo: ¡Dios mío! ¡Cuántas cosas! No sé por dónde empezar...? Nos desanimamos y, aún antes de hacer nada, ya estamos cansados. Con lo cual nuestro trabajo se resiente, no avanzamos en las faenas, nos sentimos frustrados porque no hacemos nada de provecho y a la vez tristes e irritados, porque nos hemos cansado inútilmente.
Orden. Orden en el espacio, poniendo cada cosa en su sitio. Y, previo a éste, orden en el tiempo, decidiendo qué tiempo vamos a dedicar a cada cosa… y cumpliendo nuestro plan (pero esto forma parte de la virtud del tiempo).
El orden también tiene otro sentido, que es la organización armónica del espacio a nuestro alrededor. No sólo se trata de tener nuestros cajones y armarios pulcramente ordenados, sino de distribuir los objetos de manera que nos sean útiles y accesibles cuando los necesitamos, nos dejen espacio vital para movernos y respirar, y resulten un conjunto agradable y armonioso. El orden también requiere de un poco de intuición y visión de la realidad. Ordenamos una sala en función de su forma, la luz natural que entra, el servicio que le daremos, los muebles o accesorios que necesitamos… No olvidemos, nunca, que el orden está al servicio de las personas, y no al revés. Así, a la hora de distribuir un espacio, pensaremos en el bienestar de sus ocupantes y en el trabajo o actividades que van a realizar en él.
Un toque de estética
Finalmente, cuando hemos conseguido orden, espacio, armonía, limpieza… llega el momento de ser un poco creativos, como lo es Dios, que es un gran artista, y de poner nuestro toque personal con una pincelada estética.
Ese toque de belleza puede parecer trivial e inútil… ¡pero cuánto se agradece y se valora cuando está presente! Es ese detalle: un cuadro, un espejo, una flor… No es necesario caer en barroquismos y sobrecargar de ornamentos un lugar. Cuanto más sobrio mejor. Pero es el pequeño matiz que da alegría y belleza a un espacio. Un lugar perfectamente limpio y ordenado, sin una sola mácula, pero falto de estos pequeños detalles, resulta frío e impersonal. El toque de estética le da la nota humana y acogedora.
En la estética del espacio la elegancia es clave. Como en el vestir, cuanto más discreta sea, mejor. Debe verse, pero no debe molestar ni saltar tanto a la vista que distraiga en exceso (a menos que deliberadamente queramos resaltar una obra de arte o algún elemento de la estancia). A menudo basta con una nota de color, una planta, una cortina o un pequeño detalle floral para dar un toque de distinción y de belleza a un hogar. No olvidemos que el exceso de ornamentación acaba siendo como la acumulación de objetos: cansa, agobia y acaba produciendo sensación de caos y confusión… ¡además de dar mucho trabajo para limpiar!
La mística del trabajo de casa
Y por último… ¡tengamos mucha paciencia! Cuando decidimos emprender un proceso de orden y limpieza de nuestros espacios vitales, a menudo nos encontraremos con muchos obstáculos y dificultades. Casi siempre el primero será decidir qué tirar y qué no, y nos encontraremos con que nos falta espacio para poner tantas cosas que debemos guardar… Tengamos calma. Seamos radicales en cuanto a tirar lo que realmente no necesitamos, pero calculemos también qué reformas o cambios deberemos hacer para hacer un sitio a cosas que tal vez necesitamos conservar pero aún no tienen su lugar en casa… Quizás deberemos liberar un armario, comprar una estantería o dedicar un espacio concreto a esos objetos… Tal vez deberemos cambiar el uso de una habitación. En todo, ¡paciencia! Mientras estamos en pleno cambio, el caos aún parecerá mayor. Pero, cuando finalicemos, nos sentiremos mucho mejor.
El orden y la armonía espacial contribuyen a la paz del espíritu. No diré que sean su causa directa, pero ayudan en gran manera. También el proceso de trabajar en el orden y en la limpieza es muy terapéutico y liberador, además de distraernos de nuestras preocupaciones.
Finalmente, creo que es un deber ético y cristiano trabajar para que nuestro entorno natural, urbano, del hogar y del trabajo, sea un poco más bello y ordenado. Hemos de trabajar para que nuestro espacio sea acogedor y limpio, y trasmita orden y paz. Pensemos que es una delicadeza hacia los demás. Todo el tiempo que invertimos limpiando, ordenando y haciendo faenas “de casa” no es un tiempo perdido. Diría que trabajar para crear un espacio agradable alrededor es algo muy grato a los ojos de Dios, pues estamos colaborando con él a disminuir el caos en el mundo. Gracias a ese esfuerzo, muchas personas se sentirán mejor. La tarea de limpiar, ordenar y pulir nuestro espacio es, en definitiva, una gran obra de caridad.